Figura Quintana Roo en el narco, como Miami hace 30 años
Por:
Expediente Quintana Roo
Publicado:
Un destacado historiador publica en el diario
mexicano La Jornada una cronología de hechos violentos que convulsionaron Miami
en los 70´s y 80´s, cuando cubanos y colombianos peleaban en ese destino
turístico el control del trasiego y comercio de las drogas. El autor destaca el
símil de la Florida con el Quintana Roo y México de hoy.
Especial
La violencia del narcotráfico que hoy vive México y
Quintana Roo ya tiene un antecedente histórico, y con resultados exitosos.
Ante una situación de violencia extrema,
crecimiento de los cárteles del narcotráfico, corrupción de las autoridades y
permisividad para que capitales de dudoso origen se inyecten en la economía, el
gobierno respondió con trabajos de inteligencia y mucha firmeza.
La historia, que publicó en su edición de este
martes el periódico La Jornada, de la ciudad de México, alude a la historia de Miami
y el sur de la Florida, que en el inicio de los años 80 debieron soportar el
enfrentamiento entre mafias cubanas y colombianas que querían adueñarse de
todo.
La nota toca dos puntos interesantes. Cuando habla
de las zonas más violentas e infiltradas del país, menciona a Quintana Roo
junto a otros cinco estados. Además, recuerda que en Miami gran parte de la
construcción y el crecimiento hotelero era lavado de dinero.
Una historia para leer y reflexionar.
Lea la nota completa de La Jornada
La violencia en México,
como en el sur de Florida hace 30 años, afirma historiador
Alfredo Méndez
Miami. El patrón de
violencia y el alto número de ejecuciones vinculadas al crimen
organizado que afectan hoy a México son similares a los que mantuvieron
postrado el sur de Florida a finales de los años 70 y principios de los 80 del
siglo pasado.
Igual que ocurre en la
actualidad en estados como Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua, Michoacán,
Morelos, Guerrero y Quintana Roo, en esta ciudad, rodeada de rascacielos,
vehículos de lujo y personas famosas, de lo que más se hablaba hace tres
décadas era de los actos criminales cometidos por las mafias colombianas y
cubanas que se disputaban el control territorial para la venta y distribución
de cocaína.
Se perpetraban ejecuciones
a plena luz del día, con armas de fuego de grueso calibre en centros
comerciales; abundaban los multihomicidios, que en ocasiones incluían a todos
los integrantes de una familia.
Los canales de
televisión local y la prensa amarillista se daban un festín diario con el
incremento en los índices de criminalidad, que entonces parecía un fenómeno
incontenible.
“No me gusta hablar
mucho de este tema (la narcoviolencia), pero no puedo negar que en la
década de los 80 creíamos que Miami moriría. Sólo se hablaba de los famosos cocaine
cowboys (jinetes de la cocaína), comandados por una mujer (la colombiana
Griselda Blanco, apodada La Madrina o La reina de la cocaína)”,
refiere Paul George, quien imparte la cátedra de historia contemporánea en el
Miami-Dade College.
Pena
capital o cadena perpetua
Durante un recorrido
para periodistas extranjeros por las zonas más características y legendarias de
Miami –La Jornada fue el único medio de comunicación en lengua española
presente–, Paul George, doctor en historia nacido en Florida, admitió que por
un momento llegó a pensar que la ciudad ya no superaría la vapuleada imagen que
tenía en la primera mitad de los años 80, cuando era considerada la capital de
la cocaína de Estados Unidos.
Con orgullo reconozco
que los cuerpos de la policía, las agencias de inteligencia y el ejército
estadunidense actuaron sin contemplación contra los criminales bien
organizados.
Además las leyes penales
se endurecieron en Florida; los fiscales y jueces fueron implacables contra
todo aquel acusado de narcotráfico. Eso los aniquiló. Los puso contra la pared.
(Para los delincuentes) era escoger entre la pena de muerte o la cadena
perpetua. La mayoría optaron por cooperar con la policía para buscar penas no
tan severas. Los cómplices de los detenidos no tuvieron más remedio que huir de
Miami, o también serían capturados, refirió el historiador.
Anna Broccobo, quien
estudió sociología en su natal Venezuela y llegó hace tres décadas a Miami,
donde vive del turismo, coincidió con Paul George en que los capos de la droga
(principalmente colombianos) capturados en la primera mitad de los años 80 no soportaron
la presión de los duros fiscales ni la de los miembros de la agencia antidrogas
de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés).
“Las autoridades
estadunidenses asustaron sin contemplación a cada narcotraficante detenido. Los
amenazaron con pedir contra ellos la pena de muerte o la cadena perpetua.
Muchos criminales optaron por colaborar y se convirtieron en soplones, o sapos,
como se les conoce en Colombia”, destacó Broccobo.
Los testigos protegidos
aportaron datos sobre direcciones en las que se refugiaban sus socios y donde
escondían cargamentos con toneladas de cocaína. Dieron detalles sobre las rutas
aéreas y marítimas que utilizaban comúnmente para transportar estupefacientes
de Colombia a Florida y, finalmente, revelaron qué grupos empresariales de
Miami estaban coludidos con las mafias colombianas y cubanas y qué autoridades
del gobierno municipal les brindaba protección.
Broccobo apuntó que si
la mayoría de narcos detenidos se convirtieron en soplones, “básicamente
lo hicieron para salvar el pellejo, para conseguir una reducción en sus
condenas y para que sus esposas e hijos pudieran vivir en Estados Unidos. A
mediados de los años 80, Miami se convirtió en el centro de los testigos
protegidos con los que la DEA logró detener a varios miembros de los peligrosos
cárteles colombianos. Así fue creciendo la lista de los testigos
protegidos del gobierno” federal.
George y Brocobbo
recuerdan que hubo un denodado esfuerzo de las autoridades locales y federales
por superar el escollo que representó la lucha intestina de las bandas de
delincuentes colombianas y cubanas.
Los rastros de crímenes
vinculados al tráfico de drogas dejaron en esos años una estela de ejecuciones
cometidas a plena luz del día, tanto en las calles como dentro de centros
comerciales, a grado tal que las bandas rebasaron la capacidad de los cuerpos
de policía local para garantizar la seguridad de turistas y residentes.
Las autoridades
municipales y de Florida sólo veían con asombro, sin poder hacer nada, cómo en
1979 el número de homicidios vinculados al tráfico de drogas se duplicó
respecto al año anterior (de 75 en 1978 pasó a 150), y dos años después llegó a
645.
Esa violencia motivó que
en 1981 la influyente revista estadunidense Time elaborara un reportaje
que tituló en primera plana El paraíso perdido.
Las acciones de la
legendaria narcotraficante Griselda Blanco, quien encabezaba la distribución de
cocaína en Miami, fue el catalizador para que el gobierno de Ronald Reagan
(1981-1989) reconociera durante su primer año que esta ciudad tenía problemas
graves que habían rebasado a las autoridades de Florida.
Fueron tiempos
difíciles, de mucha violencia. Hubo días en que la televisión reportaba hasta
cinco asesinatos, algunos multihomicidios que incluían a todos los integrantes
de alguna familia, incluso niños. Los turistas dejaron de venir a vacacionar y
la imagen de la ciudad se vino a pique, asegura Broccobo, socia de una empresa
de viajes y transportes en limusinas, camionetas y automóviles de lujo.
A principios de los años
80 nos contrataban mucho esos colombianos y cubanos, quienes decían ser
empresarios, pero nosotros bien sabíamos que habían amasado sus fortunas por
cuestiones ilegales, por venta de narcóticos, admite.
El problema no sólo fue
que esos sujetos inundaran de cocaína las calles, los bares, restaurantes y
hoteles de la ciudad, o que con dinero de procedencia ilícita contribuyeran a
la construcción de la mitad de los grandes edificios que hay aquí. Lo realmente
grave fue que en su afán por sentirse invencibles y por disputarse el control
territorial de Miami estos criminales iniciaron una guerra de sangre que dejó
cientos de muertos, entre 1979 y 1985, agrega Broccobo.
En 1981 el crimen estaba
fuera de control en Miami y otras ciudades del sur de Florida. Ante la situación,
Reagan declaró la guerra a los grandes capos de la droga colombianos y cubanos
que operaban en la península de Florida.
El presidente de la
nación más poderosa del mundo autorizó entonces a sus fuerzas armadas a
arrestar o detener a presuntos narcos, así como a derribar cualquier
aeronave no identificada que fuera sospechosa de transportar drogas.
Entre ese año y 1985 las
agencias de inteligencia del país, entre ellas la DEA, detectaron al menos 12
pistas clandestinas construidas por narcotraficantes para que aterrizaran sus
aviones repletos de toneladas de cocaína procedente de Colombia.
¿Que si todavía hay
narcotráfico en Miami? Hoy las cosas son distintas. Las calles son seguras. Los
criminales (de la droga) salieron como insectos de aquí después de las acciones
duras de la policía y el ejército. Además, otro factor ayudó a que Miami
volviera a florecer: mientras el gobierno hacía su trabajo de limpieza, los
industriales de la moda, el cine y el entretenimiento vinieron, a finales de
los años 80 y principios de los 90, a darle realce a la ciudad, a mejorar su
imagen y a atraer la atención de empresarios de todo el mundo, afirma George.
Los empresarios venían
atraídos por las modelos más hermosas, las actrices mejor cotizadas y por las
mujeres más bellas que llegan aquí, abunda.
Mientras Broccobo
traslada a La Jornada al aeropuerto internacional de Miami, cuenta en
voz baja, como si diera a entender que va a cometer una indiscreción:
“Lo mismo que sucedió
con los cárteles de la droga colombianos está sucediendo hoy con los
capos mexicanos: están en la mira de los fiscales de Florida, quienes se están
valiendo de ex narcotraficantes mexicanos para desmantelar a los grupos
criminales de México.”
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