Violencia social en Quintana Roo; a un paso del descontrol


En una semana, un padre intentó quemar a sus hijos, otro quiso violar a su cuñada, un menor casi envenena a su familia, y un hombre encadenó a su esposa en la puerta de su casa. ¿Qué espíritu bárbaro se ha apoderado de la sociedad? 

Por: Hugo Martoccia

-          Me prestan las llaves del coche –pregunta el muchacho a su padre.
-          No, te he dicho que aún no –le contestan.

Los inmaduros rencores de sus 14 años de vida se le amontonan con odio en la cabeza. El mundo se achica, deja de tener sentido. Todo se divide entre obtener o no el permiso de llevarse el coche, lo demás no importa.

Los amigos lo esperan; acaso prometió salir en el auto, acaso el auto sea su signo de distinción en ese paraje de la zona maya en donde vive. Quizá es alguna muchacha quien anhela ese recorrido.

El adolescente se inquieta, se molesta. La injusticia que sus padres cometen es inconcebible. El coche está parado, sin uso. Sólo deben estirar la mano y darle la llave. Ese simple gesto cambiaría su mundo. Pero ellos, los enemigos, sólo están pensando en sus cosas, imperturbables.

La madre ha dispuesto ya el puerco entomatado en la olla. Esa comida quizá haya dejado de ser una delicia para convertirse en una rutina, en otra rutina que molesta. La casa sigue ajetreada aún cuando la noche ya es cerrada.

La madre deja la olla hirviendo y se va a hacer otra cosa. El muchacho imagina una venganza fulminante. La saborea. Recuerda que hace unas pocas horas estuvo manejando un herbicida muy potente.  No es fácil imaginar en qué pueda estar pensando cuando vierte el veneno en la comida.

Después todo sucede como un rayo. La madre prueba la comida, se descompone. La debe atender un médico. El muchacho termina ante la justicia.   
Los pormenores de la historia son ficticios; el principio y el final son reales. Sucedió en un poblado de la zona maya, Laguna Kana, y pudo ser una tragedia.     

Puede haber muchos disparadores de la conducta del muchacho. Violencia intrafamiliar, entorno hostil, terribles recuerdos; no se sabe. Pero el acto final, el de su venganza, es terrorífico.

Y lo peor es que fue tan sólo la conclusión de una semana insólita por los hechos de ese tipo registrados; una semana marcada por una sucesión de hechos espeluznantes.

Mientras el País se desangra por la violencia del narcotráfico, en Quintana Roo esa violencia parece correr por las venas de sus propios habitantes.

En apenas tres o cuatro días un padre quiso quemar a sus dos hijos; un hombre intentó asesinar a su esposa con un hacha; otro, violarla, y también a su cuñada; un tercero la encadenó a la puerta de su hogar con un cártel, porque algún día estuvo con otro hombre, y finalmente este adolescente de la zona maya, que quiso envenenar a su familia porque no le prestaron el automóvil.

Veamos cada caso, que parece un recorrido por un infierno cada día más presente.

*Al fin de la semana pasada, un hombre encadenó en la puerta de su casa de la región 510, de Cancún, y le colgó un cartel que decía: “Por sanchar a mi marido, estoy aquí, acepto esto y más”.

Minutos antes, la había quemado con un cigarrillo, la había orinado, y le cortó el cabello. Era su venganza porque la mujer reconoció haber estado con otro hombre.

*El 25 de octubre, una madre llega a su casa en la colonia Nicte Ha, de Playa del Carmen, procedente del trabajo. Encuentra a sus hijos llorando. Le dicen que su padre los roció con gasolina, los encerró y les iba a prender fuego. Pudieron escapar cuando fue a buscar un fósforo.

*En la región 225 de Cancún, un hombre de 21 años llegó a su casa en un estado muy alterado. Discutió con su esposa; tomó un hacha y la atacó. Ella escapó y el hombre se quedó en el hogar quemándole la ropa  que tenía guardada en sus cajones.

*En la región 247, un hombre despertó a su cuñada manoseándola; quería violarla. La mujer se escapó; la esposa del sujeto se le enfrenta; discuten. El hombre decide también intentar violar a su propia mujer. Su hijo lo impide.

*En la colonia ejido, de Playa del  Carmen, una menor de 16 años denunció que su padrastro la quiso violar. Como no logró, golpeó e intentó estrangular a su esposa.

La sola lectura de los hechos da cuenta de que alguno de los andamiajes morales de la sociedad está enfermo.  

La delegada del Instituto Quintanarroense de la Mujer (IQM) en Cancún, Mildred Ávila Vera, dijo esta semana que todos los días reciben mujeres involucradas en casos graves de violencia.

“Hay muchísimos casos drásticos que vemos”, dijo, “todos los días hay casos dramáticos en el Instituto”.  

Cada año, tan sólo en Cancún, hay alrededor de 500 denuncias de casos de violencia contra las mujeres.

Hace unos meses, la diputada priísta María Hadad dijo que es necesario entender que la violencia intrafamiliar, y la violencia de carácter sexual, se han convertido en problemas de salud pública en Quintana Roo.

La geografía de los hechos ya no se circunscribe a los cordones urbanos de Cancún y Playa del Carmen, pero allí está el grueso de la violencia social.
Sin embargo, el problema ya no tiene fronteras definidas. Este es el mismo Quintana Roo en donde alguna vez un hombre confesó haberse comido a su amigo poco a poco. Días tras día cocinaba algún órgano de ese hombre con el que había tenido una pelea mortal.

Alguna vez, un trío de hombres encontró a dos extranjeros en un camino rural del mismo Tulum, y les dieron un aventón. Los dejaron donde pidieron pero luego, alcoholizados o drogados, volvieron por ellos. Amenazaron con violar a la mujer. Ella les dijo que no hacía falta violencia; accedió para evitar una tragedia. No pudo.

Uno de los asesinos mató a machetazos al marido de la mujer; así, sin más, porque la orgía de sexo y violencia lo ameritaba. Después mataron con saña a la mujer.

Las pandillas de Cancún y Playa del Carmen no cuidan sus territorios en luchas cuerpo a cuerpo. Se machetean o se matan con piedras, como sucedió semanas atrás en Corales.

No hay que ser sociólogo para entender que la sociedad está cruzada por un germen de violencia irracional.

Quizá es la primera de las tareas que debería afrontar con seriedad y compromiso el próximo gobierno estatal, antes de que la enfermedad social se expanda, incontenible. 
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