No
tengo idea qué edad tenía, pero desde siempre tomé Pozol, al menos cada vez que
fuimos a Tepetitán, el pueblo de mi madre, ubicado en el Municipio de Macuspana,
en el estado de Tabasco, una Villa que es la última de una ruta de pueblos que
se desprenden desde la cabecera municipal y que son: San Fernando, San Carlos,
Límbano Blandín y finalmente este asentamiento, justo a la orilla del Río del
mismo nombre, una ramificación por cierto, del inmenso Grijalva.
Por:
Esmaragdo Camaz
El
pueblo ahora es algo famoso porque es el lugar en que nació Andrés Manuel López
Obrador, pero en aquel entonces, en los primeros años de los setentas, la Villa
era un pueblo más. Importante sólo para aquellos que –como el Peje-, habían
echado el ombligo en ese lugar, y por ello mi madre –todavía hoy-, va a su
terruño tantas veces como le es posible.
Para
mí desde niño, Tepetitán era una especie de estación vacacional, al menos dos
veces al año. El pueblo desde entonces y todavía hoy, no ofrece muchas diversiones.
Pero
para un niño que se encontraba con los primos en un espacio al aire libre,
había mucho qué explorar y eso, si no lo hacía interesante, al menos sí lo
hacía entretenido.
No
es mi terruño, pero obvio que fui aprendiendo las costumbres del lugar, aunque
no siempre logré adaptarme a todas ellas.
Aún
no me gusta el pejelagarto, aunque recuerdo que en casa de mis abuelos, donde
siempre parábamos en las temporadas de vacaciones, permanentemente habían varios
de ellos en las brasas.
Nunca
pude siquiera probar la hicotea en verde. El simple echo de ver cómo mataban
esta tortuga, y su posterior proceso para su guiso, me causaba la repulsión
suficiente para desistir, ante la insistente invitación a probar tal manjar.
Mis primos y mis tíos en cambio, limpiaban el plato con los dedos tras
devorarse las tortugas.
Por
eso el dicho aquel de que una tortuga corre peligro en manos de un tabasqueño
es cierto.
La
primera vez que mi madre me dijo que mi abuela iba a hacer unos “chanchamitos”
para que comiéramos ese día, me dio mucha risa. El nombre se me hizo muy
chistoso y recuerdo que sólo pedía al Creador que no se tratara de otro
platillo de esos raros, así los llamaba yo, pues no conocía en ese entonces el
término “exóticos”.
Me
comí varios “chanchamitos” porque además de deliciosos, tenían una forma
“chistosa”, una especie de tamal echo “bolita”, muy ricos, color rojo,
envueltos en hoja de maíz o de plátano.
Un
día en esa misma época, vi cómo uno de mis tíos, junto con algunos de los
trabajadores de mi abuelo, llegaron a la casona con un cocodrilo. Imposible
recordar el tamaño del animal, pero sí tengo viva aún la imagen de los hombres
–unos seis-, cargando con apuros la pesada especie que ya venía inmovilizada, con
las extremidades atadas y la boca sellada con una lía, aunque el reptil todavía
aventaba coletazos.
Pensé
que el animal iba a ser algo así como una mascota, porque en el patio de la
casa había diversas especies, como venados, pavo reales, tortugas, gallinas,
cerdos y otros.
Pero
cuando los hombres depositaron el cocodrilo en el patio, mi abuelo dio la orden
de poner a hervir el agua. Mi abuela y sus ayudantas empezaron a movilizarse
por toda la cocina con ollas y otros utensilios, mientras que “Don Rápido”,
como le decían al vecino, ya venía con un cuchillo en la mano.
Y
al son de “está hermoso el animal”, vi cómo se subió sobre el espinazo del
cocodrilo y le metió una puñalada por el cuello. Una de las ayudantas se
apresuró a poner un recipiente debajo del cuello del reptil para recoger su
sangre, mientras el matador ya empezaba a desollarlo, arrancando por el hocico.
En
poco tiempo, el cocodrilo ya estaba destazado y mi abuela lista con la olla del
agua hirviendo y las especies de olor.
Para
la tarde ese día, el reptil ya estaba en la mesa guisado en diversas formas, y
mi familia, junto con muchos del pueblo que fueron invitados a comer,
degustaban el festín.
Yo
me comí un chanchamito que había quedado de un día anterior.
Otro
día llegaron con una culebra enorme. También se la comieron. Yo comí esta vez unos
plátanos fritos que mi mamá me preparó.
En
la mesa siempre junto con “estos platillos” había Pozol. Tabasco es la tierra
de origen de esta bebida.
La
primera vez que la tomé –creo-, fue en su forma más común. Esto es, una masa
café, hecha a base de maíz y cacao –ambos molidos-, diluidos en agua y
endulzados con azúcar. “Deliciosa” dicen los nativos, aunque a mi nunca se me
ha hecho tan rica.
Al
paso de los años me fui acostumbrando, porque en el pueblo se toma pozol cada
dos minutos.
Tomé
durante años todas las formas existentes. “Chorote”, que es pozol fermentado
con dulce natural, que puede ser de Papaya, Coco, Mango o cualquier otro,
regularmente de una fruta de la localidad.
“Pozol
Agrio”, esta variedad es “muy rica”, dicen los tabasqueños. Se logra dejando
echar a perder el Pozol, unos dos o tres días hasta que le sale moho. Así lo
diluyen en agua y lo endulzan con dulce de fruta natural o azúcar. El sabor es
parecido al anterior, pero en efecto, tiene un “saborcito agrio” que resulta en
una mezcla agridulce que los nativos se la beben alegremente.
Cuando
en una casa de Tepetitán preparan pozol agrio, la familia avisa al pueblo y
pronto llegan las señoras y niños a comprar un “potao de pozol”, como le dicen
a un pote de peltre.
En
las vacaciones, todos los primos íbamos al rancho a “ayudar” a mi abuelo con la
faena del ganado. Partíamos a las 4 de la mañana y entre los implementos de
trabajo que echaban en la batea de la camioneta estaba el morral que contenía
en su interior las jícaras, el dulce –regularmente-, de papaya o mango, y las
bolas de pozol.
Cuando
llegábamos al rancho, apenas 20 minutos después, los vaqueros ya esperaban a mi
abuelo. Entre unos ocho hombres a caballo empezaban a arriar el ganado disperso
en varias hectáreas, haciéndolo venir hasta un enorme corral en donde nosotros
–los primos-, ya habíamos dejado medio hígado y pulmón sacando agua del pozo a
pulso con un balde para llenar la enorme pila de cemento en la que cientos de
vacas, con sus becerros, iban a beber.
En
otro espacio del corral, otros hombres, sentados en pequeños bancos, ordeñaban vigorosamente
las vacas, un trabajo por cierto, rudo y pesado, tanto que sólo lo expertos
podían hacerlo, pues por sus manos pasaban todos los días, cientos de ubres.
Para
las 7 de la mañana, todos nosotros, primos, tíos, ordeñadores, vaqueros y el
abuelo, nos sentábamos a un lado de la pila. Cada quien con una jícara en la
mano, la metíamos en el agua, le echábamos una bola de Pozol, la diluíamos y a
beber.
No
era una tertulia, había que beber el Pozol rápido para seguir trabajando. No es
que me gustara la bebida, pero era refrescante y caía bien al estómago, pues
ayudaba mucho para llegar al desayuno.
Los
trabajadores subían las perolas llenas de leche a sus caballos. Dos por cada
cuaco. Mientras que otros hacían lo propio subiéndolas a la batea de la
camioneta. En todos los casos, contenedores grandes, de 20 litros cada uno.
Para
las 8 de la mañana, las perolas –varias docenas-, ya estaban puestas a la
orilla de la carretera. Un tráiler-pipa de la compañía Nestlé paraba en la
puerta del rancho del abuelo y con un sistema de bombeo, vertían la leche al
camión recolector.
Los
hombres de la Nestlé apuntaban el total de litros de leche recolectados y le
entregaban al abuelo un papel que él guardaba en la bolsa de su camisola de
tela gruesa, de esas que se usan en los ranchos.
Muchas
veces vi a los hombres de la Nestlé tomando Pozol en una de las jícaras que
habíamos preparado en la pila del ganado y que mi abuelo les invitaba a estos
trabajadores, para aguantar –igual que nosotros-, el hambre hasta el desayuno.
El
tráiler-pipa terminaba con mi abuelo y continuaba su recorrido por los ranchos
ganaderos-lecheros de la región, la principal economía del estado de Tabasco.
De
regreso al pueblo al llegar a la casona, mi abuela recibía al patriarca en la
banqueta con un enorme pote de Pozol. Mi mamá, mis tías y algunas ayudantas, ya
servían la mesa para el desayuno, regularmente, huevos, carne, tortillas.
Y
la bebida: Pozol.
Después
de esto, los primos nos perdíamos en el pueblo haciendo travesuras y creando
nuestras propias aventuras. Al medio día mi mamá –preocupada por el intenso
sol, despiadado en el verano tabasqueño-, nos buscaba por ahí con un enorme
pote de Pozol con arto hielo, que nos hacía beber para apaciguar el sofocante
calor.
Más
tarde para la hora de la comida, toda la familia y los agregados ocasionales,
así como los concurrentes comunes, acompañábamos la liturgia de los alimentos
con más Pozol.
Ya
entrada la tarde las mujeres sentadas en las mecedoras a media calle tomando el
fresco, departían con más Pozol, pan y dulce.
Para
la cena, un poco de café con pan. Aunque nunca faltaba quien todavía a esa
hora, tomara –otra vez-, Pozol.
Así
vi crecer junto conmigo a la gente de Tepetitán. Y nunca nadie murió por tomar
tanto Pozol.
Aquellos
años en Tepetitán son los mismos de hoy, pues nada ha cambiado ahí, pese a la
fama de Andrés Manuel López Obrador, a quien por cierto y pese a los años de
vacaciones en el pueblo, nunca lo vi ahí. Y no supe de él hasta que un día lo
conocí en su casa del fraccionamiento “Galaxias” en Villahermosa, cuando ya
como reportero, lo entrevisté en el marco de alguna de sus lides políticas,
aunque esa ya es otra historia.
En
Villahermosa, la capital del estado, o Municipio del Centro –como le dicen por
allá-, la gente toma tanto pozol como en el Pueblo. Hay cientos de puestos de
venta de Pozol por todas partes. Algunos más famosos que otros, pero en todos
los casos, son parte de la dieta diaria de los habitantes de esa ciudad.
Tabasco
tiene 17 municipios y en todos ellos sus habitantes toman pozol durante todo el
día, todos los días.
Los
tabasqueños radicados en Quintana Roo agradecen al Creador cada vez que
encuentran un lugar dónde comprar Pozol, particularmente en Cancún, donde el
número de habitantes oriundos de Tabasco es importante.
La
costumbre del Pozol traspasó la frontera de Tabasco y hoy en todos los estados
del Sur –aunque en mucho menor medida-, se prepara, se vende y se toma el
Pozol.
Alguien
en la Secretaría de Salud de Quintana Roo determinó que fue el Pozol lo que le
originó la muerte a un niño de 10 años en la comunidad Huay-Pix, 15 kilómetros
distante de la ciudad de Chetumal.
Y
por esta razón hoy en Quintana Roo el Pozol está prohibido.
Esto
en Tabasco suena a disparate. Quizá a broma. Y ninguna autoridad local habría
osado lanzar una acusación tan grave contra el Pozol, pues todo funcionario
oriundo de Tabasco también es bebedor de pozol.
El
padre del niño de Huay-Pix, Mario Espinoza Pérez, ya explicó que el personal de
la Secretaría de Salud tomó muestras de un pozol descompuesto no echo para el
consumo humano y que advirtió a los inspectores sobre el mismo, sin que éstos
lo tomaran en cuenta.
El
Sector Salud dice que el Pozol es peligroso porque genera la bacteria E-Coli,
misma que fue encontrada en las muestras tomadas en Huay-Pix.
En
Wikipedia, un párrafo sobre el Pozol habla de la composición bacteriana de esta
bebida:
La microbiota del pozol
esta constituida por bacterias, mohos y levaduras. Al principio de la
fermentación predominan las bacterias, que pueden ser las responsables de la
producción de ácido en las primeras horas de fermentación. Entre las bacterias
que se han aislado del pozol se encuentran Agrobacteruim azotophilum y Aerobacter aerogenes. Ambas son capaces de fijar el nitrógeno
atmosférico y la primera presenta antagonismo contra varias especies de mohos,
levaduras y bacterias. Ambas especies fijan el nitrógeno individualmente o en
cultivos mixtos, cuando se cultivan en medios con diferentes fuentes de
carbono. Así el incremento de proteína cruda durante la fermentación del pozol,
que no se ha registrado en alimentos generales, puede deberse a la fijación de
nitrógeno atmosférico que llevan a cabo algunos microorganismos del pozol.
Al menos esta documentación sobre el Pozol no
menciona la bacteria E-Coli, como lo menciona el Sector Salud de Quintana Roo
en sus boletines informativos en los que insiste que el Pozol es peligroso para
el consumo humano.
En Tepetitán como en todo Tabasco, es costumbre
generalizada dejar echar a perder el Pozol durante dos o tres días para
preparar Pozol agrio, que incluye el moho que se le forma de manera natural, bebida
que está vigente todavía hoy.
En cualquiera de sus formas, con cacao, coco,
blanco, con dulce, chorote, fermentado, el Pozol es una bebida que existe hace
tantos años que, en verdad, es inverosímil afirmar que es dañina al consumo
humano.
Cuando se toma el Pozol, en la parte de abajo
del vaso, jícara o donde se sirva, se asienta el residuo, un polvo macizo
conocido como “shish” y que la gente se come.
De ahí la frase común tabasqueña de que “no
dejó ni el shish”, refiriéndose a aquel que habiendo disfrutado de un platillo,
una bebida y/o cualquier otra cosa, le haya gustado tanto.
Quizá en Quintana Roo, por nuestra vecindad con
Yucatán, nos sería más fácil entender que, adjudicarle a la Cochinita Pibil
facultades mortales y suspender su venta, sería un asunto tan serio que habría
que reconsiderar tal aseveración, esto claro, en una situación hipotética.
Lo mismo pasa con el Pozol, con la salvedad de
que en Quintana Roo esta bebida no tiene el mismo significado que en Tabasco,
como la Cochinita Pibil, en Yucatán.
Como en Quintana Roo no tenemos aún un alimento
propio que nos sirva de comparación, puede ser difícil entender la
trascendencia de que la Secretaría Estatal de Salud afirme que el Pozol puede
ocasionar la muerte.
Pero la verdad esta afirmación es tan
desafortunada, que a lo mejor las autoridades tendrían que volver a investigar
qué fue lo que en verdad pasó con el niño.
El papá del menor dice que la muerte de su hijo
pudo ser por el agua contaminada en donde el niño se metió a nadar, mientras
que la PGJE dijo en un boletín que la muerte se debió a la ingesta de pollo
echado a perder, esto de acuerdo al resultado arrojado por la necropsia de ley.
Desde fuera de Quintana Roo la prohibición del
Pozol por ser una bebida que causa la muerte, se percibe como un hecho de
ignorancia insólita de las autoridades de Salud.
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