Antorchistas cuestionan raíz de problemas educativos; dirigente se pronuncia por mejoramiento académico
Por:
Expediente Quintana Roo
Publicado:
México, D.F.- El dirigente de Antorcha
Campesina, Aquiles Córdova Morán, consideró acertada la Reforma Educativa
emprendida por el gobierno Federal, cuestionó la raíz de los problemas de la
Educación y se pronunció a favor del mejoramiento académico en nuestro país,
así lo expuso en un comunicado.
Aquí
el texto:
En nuestros días la palabra “radical”
soporta una gran carga negativa: decir radical es decir violento, irracional,
equivocado, peligroso. Pero no siempre fue así; en su función originaria, esta
rica y exacta palabra era una invitación (y al mismo tiempo un requisito
infaltable) al buen discurrir, al razonamiento íntegro y profundo de cada
problema, buscando no sólo abarcar y entender su naturaleza y trabazón
internas, sus múltiples conexiones e influencias recíprocas con otros
fenómenos, sino también y en primerísimo lugar, seguirlo fiel y minuciosamente,
recorriendo en sentido inverso su desarrollo histórico previo, hasta sus
fuentes originales, hasta el momento mismo de su nacimiento. Dicho brevemente:
ser radical quería decir ir a la raíz de los problemas si en
verdad se quiere entenderlos y conocerlos bien y, en consecuencia, hallarles
una solución eficaz y definitiva.
Pero, ¿a qué viene todo esto?
Está en las primeras páginas y primeros lugares de los medios informativos, el
proyecto de reforma educativa que el gobierno de la República recién estrenado
en sus funciones propone, y que el país entero demanda con urgencia. A juzgar
por algunos de los principios y señalamientos que la prensa ha podido (o
querido) recoger de modo puntual y preciso, se puede colegir que no se trata de
un documento hecho al vapor y sólo con fines propagandísticos o de imagen mediática;
se nota muy bien que hubo un estudio concienzudo y un diagnóstico rigurosamente
basado en dicho estudio, sobre algunas de las fallas y lacras más trascendentes
y generalizadas que el sistema educativo nacional viene padeciendo en las
últimas décadas, mismas que explican suficientemente nuestros magros resultados
en esta importante materia. Y se nota, además, que hay la decisión firme de
aplicar la medicina adecuada, el correctivo preciso a cada problema según su
naturaleza, sin reparar en costos políticos, de imagen pública o en “poderes
fácticos” que pudieran sentirse afectados con dicho correctivo.
Sin embargo, creo que no sobra
hacer algunas consideraciones al respecto. La primera es que todos debemos
recordar que esta no es, ni con mucho, la primera “revolución educativa” que se
nos propone. Comenzando con la del propio fundador de lo que es hoy la
Secretaría de Educación Pública, don José Vasconcelos, que quiso educar no sólo
a la población en edad escolar sino al país entero, fundando las “misiones
culturales” y ordenando la edición masiva de lo más representativo de la
cultura universal que se “vendía” a un precio menos que simbólico para ponerlo
al alcance de todos, pasando por las de educadores tan notables como don Jaime
Torres Bodet, don Agustín Yáñez y don Jesús Reyes Heroles, hasta llegar a la de
nuestros días, muchos son ya los intentos en este mismo sentido. Por tanto, hay
razón para preguntarse seriamente: ¿cuáles fueron las causas de que tales
intentos por perfeccionar la educación hayan fracasado? Y es obvio que
fracasaron (porque si no hubiese sido así, hoy no tendríamos los problemas que
tenemos ni, por tanto, habría necesidad de una nueva reforma) como es obvio
también que la respuesta a tan dura interrogante no es sencilla, que nadie
tiene a mano la receta mágica para que, esta vez, el éxito sea seguro y
rotundo.
Pero existen certezas evidentes
que no hay por qué callar: por ejemplo, que no se puede hablar de que los
ilustres reformadores anteriores no supieran hacer un diagnóstico correcto de
los males de nuestro sistema educativo; o que fueran incapaces de encontrar el
remedio adecuado a los mismos; o que les faltara valor, decisión o tal vez
honestidad y firmeza para perseguir los objetivos que ellos mismos plantearon.
De donde se deduce claramente que no basta llenar esos requisitos para que una
reforma educativa tenga el éxito asegurado; que, por tanto, hace falta algo
más: un enfoque radicalmente nuevo que, sin desechar las experiencias
pasadas sino precisamente apoyándose en ellas como su plataforma de impulso,
sea una auténtica superación dialéctica de aquéllas; un enfoque que vaya a
la raíz del problema para que nos permita ver y hacer todo lo que estuvo a
faltar en los ensayos previos.
La educación es (permítaseme la
metáfora ramplona en aras de la claridad) una planta que, como todo vegetal,
necesita un suelo nutricio adecuado a sus necesidades de alimentación y
crecimiento, tanto que si ese suelo falta, o no es el requerido, la planta
muere o crece raquítica y enclenque, sin dar los frutos que de ella se esperan.
Y así como ningún cerebro sano puede esperar de suelos pobres, de topografía
agreste y montañosa y de clima desértico, un rico, florido y espontáneo jardín
de especies finas y delicadas, o simplemente un huerto con abundante producción
frutal, también espontáneo y silvestre, así es locura esperar una educación
vigorosa, floreciente, productiva y creativa en un país con población pobre,
enferma, mal alimentada, sin vivienda digna ni servicios básicos, con un
magisterio mal formado y peor pagado, corrompido, por añadidura, por una
politiquería sindical completamente indiferente a las necesidades educativas de
la nación. No es casualidad ni buena suerte, sino ley inexorable del desarrollo
social, que la educación de máxima calidad y óptimos frutos se dé en los países
ricos, y la opuesta sea el pan cotidiano en los países pobres y desiguales.
Alguien dirá que Roma no se hizo
en un día y tendrá razón. Pero no nos confundamos. La política educativa, como
toda la política y el universo entero, se desenvuelve en una doble dimensión:
en el tiempo y en el espacio. Del primero depende la sucesión de las
distintas fases de su desarrollo; del segundo depende la simultaneidad, la
coexistencia con otros fenómenos, precisamente aquellos con los cuales se
relaciona e interactúa y de los cuales depende, en gran medida, su correcto y
vigoroso desarrollo e incluso su existencia misma (según que falten algunos o
todos a la vez). La gradualidad, el “irse poco a poco” según las circunstancias
y los recursos, es perfectamente admisible, y hasta inevitable, tratándose de
la sucesión de las fases de desarrollo; pero no así la simultaneidad, la
coexistencia con aquello que necesita para existir, o al menos, para
desarrollarse vigorosamente. Así, podemos tomarnos cierto tiempo para completar
edificios, laboratorios, bibliotecas, computadoras, instalaciones deportivas,
etc., pero si no atacamos, simultánea y no sucesivamente, la pobreza, la
enfermedad, la desnutrición, la falta de vivienda y servicios, el transporte
rápido y barato y, por encima de todo, la correcta formación y actualización
permanente de nuestros maestros, cuidando también sus ingresos y sus niveles de
bienestar (con la respectiva gradualidad en cada uno de estos factores), todo
lo que hagamos en materia educativa será trazar rayas en el agua. Al menos, esa
es mi modesta opinión.
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