Indispensable una democracia de resultados, advierte dirigente de Antorcha Campesina
Por:
Expediente Quintana Roo
Publicado:
México, D.F.- El dirigente de Antorcha Campesina,
Aquiles Córdova Morán, se pronunció a que en el país haya una verdadera
democracia con resultados, ante la situación de múltiples carencias entre la
población más necesitada de México, así lo planteó en un comunicado.
Aquí
el comunicado:
Tengo
la impresión de que, si en algo coinciden los partidarios y los opositores del
actual Presidente de la república, es en torno a su afirmación de que los
mexicanos se hallan mayoritariamente decepcionados de la democracia imperante,
por la simple y sencilla razón de que los múltiples ajustes y
perfeccionamientos de que ha sido objeto a través de sucesivas reformas
electorales no se han traducido, ni de lejos, en un beneficio real, tangible
para los ciudadanos de menores ingresos, que son la abrumadora mayoría del
país.
Hoy
hay, en efecto, más partidos políticos; se ha hecho más rico y variado el
“menú” de candidatos en cada elección; el mexicano tiene más opciones, si no en
cuanto a propuestas de políticas
integrales clara y vigorosamente diferenciadas y firmemente defendidas por sus
proponentes, sí cuando menos en materia de colores partidarios entre los cuales
escoger.
El
poder de la nación está mejor repartido que antes entre las corrientes y grupos
políticos, pero los niveles de bienestar de las masas, en vez de mejorar,
empeoran a ojos vistas. Y de ahí el acuerdo nacional de que urge una democracia
de resultados, tal como sostiene el presidente Peña Nieto.
Pero
la cuestión clave que suscita este planteamiento es la siguiente: ¿Por qué no
se han producido hasta hoy esos resultados, a pesar del innegable
perfeccionamiento constante de nuestra democracia? ¿Qué es lo que realmente
hace falta para tener una democracia eficaz, que satisfaga las justas
aspiraciones populares? Hagamos un poco de historia.
Todo
estudiante que haya completado su educación media superior sabe que la
democracia es uno de los más importantes legados que la Grecia clásica dejó a
la humanidad entera, pero lo que tal vez ese mismo estudiante no sepa con igual
precisión es que la democracia griega, la que alcanzó su máximo florecimiento
en el Siglo V a. C., funcionaba de un modo mucho más auténtico y eficaz que
cualquier democracia actual, y porqué sucedía así. Y es en estas dos cuestiones
básicas donde reside la lección más actual, con mucho la más útil, que podemos
extraer del modelo clásico del que hablamos.
La
democracia griega era mucho más real y eficiente que la nuestra por dos razones
fundamentales. Primera, porque era una democracia directa, es decir, el pueblo
entero en edad de hacerlo se reunía en las asambleas y discutía y votaba los
problemas más difíciles, como los más triviales, en pie de igualdad para todos.
Y las resoluciones ahí tomadas eran obligatorias, sin excusa, para los órganos
ejecutivos, so pena de la vida.
Segunda,
tal libertad e igualdad políticas de las asambleas griegas eran la consecuencia
de la igualdad real, económica, medida en términos de la fortuna de los
participantes, de modo que los intereses de todos ellos estaban muy próximos,
no eran antagónicos, y por eso podían triunfar allí la razón y la lógica que
esgrimían los mejores oradores y tribunos.
Éstos
eran, pues, los que de hecho gobernaban. Pero esta igualdad económica de los
miembros de la “ecclesia” (asamblea popular) se conseguía mediante el recurso
de excluir de ella a aquellos cuyos intereses no podían coincidir de ningún
modo con los de los ciudadanos “libres” y con patrimonio propio, es decir, a
los esclavos (además de a las mujeres y a los niños). Se trataba, pues, de una
democracia para los señores, no para los esclavos.
Ambas
condiciones faltan entre nosotros. Hoy, dado el gigantesco número de ciudadanos
de un país (aun en los más pequeños), resulta imposible la democracia directa;
recurrimos por ello a la democracia “representativa”, que consiste en elegir,
mediante el sufragio ciudadano, a quienes habrán de ejercer la democracia a
nombre del pueblo.
Pero,
además, como corresponde a la “doctrina liberal” que se halla en la base de
todo Estado “moderno”, no podemos excluir a nadie de esa democracia, salvo a
quienes la ley expresamente priva de ese derecho. Resultado: en ella participan
ricos y pobres, poseedores y desposeídos, patrones y asalariados cuyos
intereses jamás podrán coincidir, por más alarde de racionalidad y de lógica
que se ponga en el intento.
Por
eso, a las clases dueñas del dinero y del poder no les queda más remedio que
recurrir al carácter ficticio, aparente, lleno de trampas y argucias (legales e
ilegales), de “requisitos” y taxativas que la hacen nugatoria en los hechos, de
nuestra democracia, para conseguir imponer sus intereses y sus candidatos a las
mayorías populares.
Sin
embargo, es un hecho que en el mundo se pueden distinguir fácilmente distintos
“modelos” de democracia, unos más perfectos (o menos imperfectos si se quiere)
que otros; y que los mejores, los que más se acercan al esquema teórico, se dan
precisamente en los países más desarrollados, con menor número de pobres y con
pobres que no lo son tanto como los que viven en los países llamados “del
tercer mundo”.
En
una palabra: la democracia menos ficticia y chapucera se da justamente en los
países menos desiguales, allí donde la población que vota se acerca más a la
“igualdad económica” que caracterizó a la democracia griega, es decir, allí
donde los “resultados” son la condición previa y no la consecuencia de su mejor
democracia.
Por
ello resulta ineludible preguntarse: ¿Puede haber una democracia de resultados
en un país como el nuestro? ¿Basta la sana y noble decisión de un gobernante
moderno, como el que tenemos ahora en México, para que la democracia responda a
los intereses de los desamparados en un país tan desigual como el nuestro?
Mi
respuesta, lo más objetiva y exenta de servilismo que puedo, es que sí, que
ello es posible siempre y cuando que añadamos una condición que no hace falta
en los países ricos: que se amplíen, respeten y apoyen con toda lealtad y con
todo el poder del Gobierno, los derechos y la libertad política del pueblo,
tales como los derechos de reunión, asociación, organización, petición y
manifestación pública de las masas populares, con el fin de equilibrar un poco
el tremendo y avasallador poder económico, político y mediático de las clases
altas.
Un
Gobierno que, como el mexicano, quiera dar resultados al pueblo en nombre de y
a través de una democracia de resultados, necesita apoyarse en la fuerza y en
la participación organizada del pueblo, siempre dentro de la ley y con pleno
respeto a los derechos de todos, pero buscando, eso sí, un mejor y más
equitativo equilibrio social y económico que hoy no se da, puesto que la
balanza está cargada, y muy cargada, al lado de los privilegiados.
Si
no se hace así, si se ignora este sencillo requisito, no habrá democracia de
resultados. Y la prueba irrefutable de esto está, precisamente, en lo que
sucede hasta hoy en el país: mucha democracia, pero la pobreza aumenta de modo
incontenible a cada hora y a cada minuto que pasa.
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