“Los problemas sociales: el fondo y la superficie”, plantea el dirigente de Antorcha Campesina
Por:
Expediente Quintana Roo
Publicado:
México, D.F.- El dirigente de Antorcha Campesina, Aquiles
Córdova Morán, planteó en un comunicado los problemas sociales del país desde
una perspectiva de fondo y su comparación con el tratamiento superficial de los
mismos.
Aquí el comunicado:
Es muy difícil inventar, distorsionar o exagerar
lo que está a la vista de cualquiera: por todos lados brotan, en el país,
problemas de diversa índole que los medios informativos, cada uno a su manera y
en función de sus propios intereses, se encargan de llevar en minutos hasta las
últimos rincones del territorio nacional: secuestros, asaltos, asesinatos,
balaceras, narcomenudeo, trata de personas, enfrentamientos de bandas
organizadas y bien armadas entre ellas mismas y con las fuerzas del orden,
cateos, detenciones, ambulantaje, marchas de protesta cuyo origen y propósitos
rara vez se dicen con precisión y claridad, actos de corrupción escandalosa
como la “ordeña clandestina” de los ductos de PEMEX y el reciente saqueo de
CAPUFE, increíble impunidad de la inmensa mayoría de quienes delinquen,
violaciones flagrantes a las leyes y a los derechos de los sectores más débiles
de la sociedad, por parte de los supuestos encargados de aplicar unas y
garantizar los otros, y varios etcéteras más.
No hay, pues, modo de evitar la conclusión: somos
una sociedad enferma que necesita atención urgente y de alta calidad
profesional, política y social, que diagnostique a profundidad las causas que
originan nuestros males y encuentre y aplique, con mano firme, la medicina
adecuada. Es mi modesta opinión que los problemas enumerados (cuya lista no
pretende ser exhaustiva) forman únicamente la superficie, la manifestación
visible, fenoménica como diría Kant, de una o varias causas profundas que, por
su naturaleza esencial, causal, de contenido que determina las formas
aparentes, no están al alcance de la simple observación y que, por eso, para
ser descubiertas, estudiadas, entendidas y diagnosticadas, requieren de la
mirada experta y de la preparación científica (perdón si suena pretencioso el
término) de verdaderos especialistas, amén de una gran honestidad intelectual y
de una acerada voluntad política de enderezar la nave y ponerla otra vez en el
derrotero correcto.
En términos muy generales, puede afirmarse que la
difícil situación que atravesamos no es exclusiva de México, ni tampoco se
trata de una problemática nueva, de reciente y novedosa aparición. La verdad es
que nuestros problemas, mutatis mutandis, son los mismos que padecen
todas las naciones del mundo, pobres y ricas, desarrolladas o “en desarrollo”,
que viven y operan con una economía de mercado, es decir, con una economía cuya
existencia y funcionamiento tienen como columna vertebral la empresa privada y
un mercado para sus productos lo más solvente y extenso que se pueda. Y también
podemos estar seguros de que este modo de producir y de distribuir lo producido
no es el responsable único y absoluto de las plagas que aquejan a las
sociedades contemporáneas, sino sólo de su agravamiento y agudización a
extremos que, de no atenuarse o corregirse, ponen en riesgo la existencia misma
de nuestra especie. Basta informarse, así sea someramente, de lo que ocurre en
España, en Grecia, en los mismos Estados Unidos; o bien, mirando hacia otros
rumbos, en el norte de África, en el cercano y medio Oriente o en América
central y del sur, para convencerse de lo primero; y es suficiente un
conocimiento reflexivo, aunque no sea muy amplio ni profundo, de la Historia
Universal, para comprobar que ni el delito en todas sus formas, ni la violencia
brutal, ni la corrupción del aparato de gobierno y de la sociedad, ni la
impunidad, ni los abusos de poder, ni las injusticias, ni las descaradas
violaciones a las leyes y a los derechos de los débiles, etc., son realmente
nuevos; que han estado presentes, en una u otra forma, al menos desde el inicio
de la historia humana, es decir, a partir del invento de la escritura que
permitió a los hombres y a los pueblos dejar constancia de su paso por la
tierra.
Esto significa que hace ya muchos siglos, muchos
milenios por mejor decir, que el hombre extravió el camino, perdió el rumbo y
se ha ido adentrando más y más por una senda que lo aleja cada vez más, y más
radicalmente, de las razones y propósitos que hicieron indispensable, fatal, la
existencia colectiva, la vida gregaria, la sociedad organizada de los primeros
hombres: la solidaridad, la cooperación, la ayuda mutua en el trabajo, la
defensa en común frente a los peligros y amenazas del exterior, la fraternidad
y el desinterés, el desprendimiento en favor de los más débiles y necesitados,
la estima de todos para todos como hermanos de la misma especie. Sin embargo,
las grandes carencias y sufrimientos consustanciales a la época primitiva (las
hambrunas, la falta de abrigo y techo, las enfermedades, la ignorancia y la
consiguienteindefensión ante las
grandes catástrofes y los fenómenos naturales) obligaron al hombre a emprender
la ruta del progreso: la sociedad se lanzó a desarrollar todas las capacidades
individuales y colectivas de sus miembros para liberarse del estado de
salvajismo miserable en que vivía, y así nacieron la ciencia y la técnica, la
filosofía, la cultura, las artes, etc., en suma, la civilización humana con
todas sus riquezas, lujos, confort, bienestar, obras de arte y demás. Los
hombres vivieron cada vez mejor, pero nadie se acordó de proveer las condiciones
para que el bienestar logrado estuviera siempre al alcance de todos, o cuando
menos de la mayoría. La riqueza social creció más allá de lo estrictamente
necesario; apareció el excedente social y con él, la posibilidad de su
acumulación en pocas manos.
Es por esto que la sociedad humana es, desde hace muchos
siglos, un verdadero campo de batalla entre las clases, grupos y sectores que
la conforman, en el que se pelea por un solo botín: por el reparto de la
riqueza social, que ha ido concentrándose cada vez más en cada vez menos manos
privilegiadas, dejando al margen de la “civilización, el progreso y el
bienestar” a la inmensa mayoría de los productores directos. Y hoy, con la
empresa privada y el mercado dominándolo todo, sólo estamos llegando a la culminación
de este proceso, a su forma más feroz, aguda y deshumanizada que es la esencia,
la causa profunda de los fenómenos de que hablamos al principio. En efecto,
¿qué son, qué buscan, por qué surgen y se resisten a todo tratamiento el
crimen, la violencia, el robo, la corrupción, los abusos, la injusticia,
cualesquiera que sean las formas que adopten? A poco que se piense, se tiene
que llegar forzosamente a la conclusión de que todo eso no son más que
distintas maneras o manifestaciones de una sola causa profunda y aparentemente
invisible: la lucha por la riqueza social, cada día más ostentosa en las
minorías y cada vez más apetecida por los imitadores de las clases altas y
demandada, para no morir de hambre, por las clases menesterosas. El torcido
camino que emprendió el hombre hace miles de años, está llegando a su
culminación y, por tanto, a su agotamiento definitivo. Eso nos coloca ante una
disyuntiva de hierro: o corregimos radicalmente el rumbo o la civilización
humana desaparecerá de la faz del planeta, sea por una catástrofe nuclear o por
una catástrofe ecológica, cuyos preocupantes síntomas se han elevado ya
bastante sobre la línea del horizonte como para que los sigamos ignorando.
Es por esto que la sociedad humana es, desde hace muchos siglos, un verdadero campo de batalla entre las clases, grupos y sectores que la conforman, en el que se pelea por un solo botín: por el reparto de la riqueza social, que ha ido concentrándose cada vez más en cada vez menos manos privilegiadas, dejando al margen de la “civilización, el progreso y el bienestar” a la inmensa mayoría de los productores directos. Y hoy, con la empresa privada y el mercado dominándolo todo, sólo estamos llegando a la culminación de este proceso, a su forma más feroz, aguda y deshumanizada que es la esencia, la causa profunda de los fenómenos de que hablamos al principio. En efecto, ¿qué son, qué buscan, por qué surgen y se resisten a todo tratamiento el crimen, la violencia, el robo, la corrupción, los abusos, la injusticia, cualesquiera que sean las formas que adopten? A poco que se piense, se tiene que llegar forzosamente a la conclusión de que todo eso no son más que distintas maneras o manifestaciones de una sola causa profunda y aparentemente invisible: la lucha por la riqueza social, cada día más ostentosa en las minorías y cada vez más apetecida por los imitadores de las clases altas y demandada, para no morir de hambre, por las clases menesterosas. El torcido camino que emprendió el hombre hace miles de años, está llegando a su culminación y, por tanto, a su agotamiento definitivo. Eso nos coloca ante una disyuntiva de hierro: o corregimos radicalmente el rumbo o la civilización humana desaparecerá de la faz del planeta, sea por una catástrofe nuclear o por una catástrofe ecológica, cuyos preocupantes síntomas se han elevado ya bastante sobre la línea del horizonte como para que los sigamos ignorando.
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